domingo, 17 de febrero de 2013

Como si hubiese sido ayer

Me gusta, me gusta abrir mi ventana en las noches y encender un cigarrillo. Me gusta sentirme acompañado por el frío silencio de la capital. Me gusta mirar fijamente a un punto en el cielo y preguntarme a mi mismo: ¿Dónde estará ella? ¿Estará bien? ¿Sabrá todo lo que yo hago? ¿Volveré a verla algún día?

Y ahí es cuando mi cabeza empieza a dar mil vueltas, dejo que mi mente vuele al pasado. Un extraño temblor en mi mano derecha aparece que poco a poco se apodera de mi cuerpo que un crujido de espalda logro opacar. Vuelvo a mirar al cielo y empiezo a recordar, empiezo a recordar cantidad de cosas, cantidad de cosas que acompañado de un suspiro recuerdo con nostalgia como si hubiese sido ayer.

Aún recuerdo como si hubiese sido ayer. Hacía un calor absurdo en mi ciudad natal el cual trataba de opacar quitándome la camiseta y acostándome sobre la fría baldosa del piso de esa casa, un lugar donde pasé la época más hermosa de mi niñez y donde conocí a la mujer que dejó una huella inmensa en mi vida.

Recuerdo como si hubiese sido ayer, como ella me preparaba el desayuno cada mañana, fue entonces cuando descubrí que el tinto sabe muy bien mezclándolo con leche y en el manjar que se convertía al sumergir un trozo de pan en el. También recuerdo como se enfabada cuando mi lenta pero dañina mente infante rompía sus muñecas de porcelana, sus portarretratos o lastimaba a sus mascotas sin querer, también cuando me transportaba a un mundo extraño cuando saboreaba los frijoles cada viernes preparaba, siempre anhelaba con ansiedad que llegara ese día cuando empezaba la semana. Recuerdo sus gritos cuando me obligaba a tomar una siesta después del almuerzo y eran esos mismos gritos los que me despertaban cuando jóvenes de otros barrios trepaban  su amado palo de mangos para robar su fruto. Recuerdo cuando me mandaba a la tienda a comprar un litro de Coca-Cola, mil de bizcochos y dos panes de 200 los cuales disfrutaba mientras veía caricaturas y series mexicanas aburridas en su sala.

Recuerdo mis grandes travesías en su pequeño patio, las miles de profesiones que pasaron por mi cabeza; fui peluquero el cual mi primera y única cliente fue mi hermana que utilizando su peineta intentaba desenredar los crespos de su cabeza. Fui torero: me creía Cesar Rincón, cortaba una vara de su mata palma el cual era mi estoque, la toalla roja con la que secaba sus piernas después de bañarse era mi capote, su perro era mi toro. Fui un importante “superhipermegamillonario” mi dinero lo ganaba con el sudor de mi frente cortando pequeño trozos de periódico. Fui arquitecto el cual diseñaba y construía grandes edificaciones con cobijas, cubrelechos y almohadas.

Recuerdo su sonrisa, el olor de su pelo, verla sentada en su silla, su felicidad al verme llegar con una chocolatina en mis manos y su tristeza al despedirme echándome la bendición.

Te extraño mi vieja.

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